"Leer sin reflexionar es igual que comer sin digerir"
Edmund Burke

"A veces en medio de la noche, los recuerdos como luces de bengala, vuelven trascendental y policro

sábado, 27 de febrero de 2010

¿LA IZQUIERDA ES SÓLO EL OTRO LADO DE LA DERECHA?

A favor de la memoria histórica

Tener un amigo que, cuando lo necesitas, te presta mil euros para pagar el alquiler es una bendición, pero hay regalos más duraderos que el dinero, aunque no muchos. Uno de ellos es un libro porque sus efectos sobre nuestra vida pueden ser perdurables. Cuando Jorge Vigil me regaló hace una semana el libro de Tony Judt titulado "Sobre el olvidado siglo XX" no me libró de un casero ocasional, sino del deudor más peligroso: el desánimo.

Llevaba yo una temporada abatido al constatar el escaso número de escritores, periodistas, profesores, en fin, gente responsable, que compartía conmigo una visión tan poco optimista de la España actual, de su vanidoso gobierno y de sus caprichosas autonomías, cuando de pronto me vi arropado por un profesional cuya opinión se respeta en el mundo civilizado. Un alivio. Tras leer a Judt me pareció entender que no éramos, mis colegas críticos o yo mismo, un cultivo cizañero al que divierte poner a parir el espectáculo gubernamental, un fruto de secano cubierto de espinas que sigue, como en tiempos de Franco, arrastrando su soledad a la manera de un estandarte. Si un producto de regadío tan bien nutrido como Judt decía exactamente lo mismo, aunque referido a objetos de mayor tamaño, cabía la posibilidad de que no estuviéramos del todo equivocados, los incorrectos de esta provincia.

Aunque sea una colección de artículos, algunos ya con una década sobre el título, la poética del libro de Judt, su claro y distinto pensamiento, puede resumirse sucintamente. El "olvidado siglo XX" (así le llama) ha sido uno de los más atroces de la historia de la humanidad. Sus matanzas no pueden compararse, ni en cantidad ni en calidad, a las añejas barbaridades. La gigantesca nube de horror del Novecientos tiene, además, una característica peculiar. A diferencia de los tiempos antiguos, en el siglo XX se expande y domina una fuerza de choque ideológica que desde el caso Dreyfus se denomina "la intelectualidad", la cual se encarga de justificar todas las salvajadas pretendidamente izquierdistas. De ahí el "olvido" y la buena conciencia.

A comienzos de siglo, tras la primera guerra mundial y la revolución rusa, la parte mayor y mejor de esa intelectualidad europea apoyó lo que se solían llamar "posiciones de izquierda". Y entonces lo eran. El drama es que a medida que el siglo avanzaba, las "posiciones de izquierda" iban dejando de ser de izquierda y se convertían en mero usufructo de intereses de partido, cuando no económicos y de privilegio. La derecha nunca ha tenido necesidad de justificar sus infamias, no trabaja sobre ideas sino sobre prácticas, pero se suponía que la izquierda era lo opuesto. En la nueva centuria ya no hay diferencia.

Quienes nos hicimos adultos en la segunda mitad del siglo XX y nos creímos parte integrante de esa izquierda que, según nuestro interesado juicio, recogía lo mejor de cada país, no sólo estábamos siendo conservadores y acomodaticios al no movernos de ahí a lo largo de las décadas, sino que fuimos deshonestos. Eso no quiere decir que no hubiera en la izquierda gente honrada y dispuesta a sacrificarse, muchos hubo y algunos murieron en las cárceles de Franco, pero no eran escritores, ni periodistas, no eran, vaya, "intelectuales". Y lo que es más curioso, aquellos escritores que en verdad eran de izquierdas tuvieron que soportar los feroces ataques de los "intelectuales de izquierdas" oficiales que entonces, como ahora, apoltronados en sus privilegios, eran enemigos feroces de la verdad. Tal fue el caso de Camus, de Orwell, de Serge, de Koestler, de Kolakowski, que se atrevieron a ir en contra de las órdenes del Partido y de la corrección política. Las calumnias que sobre ellos volcó la izquierda aposentada, descritas por Judt, son nauseabundas.

De ellos habla su libro, pero podría haber hablado de otros cien porque cualquiera que osara ir en contra de la confortable izquierda oficial para denunciar las carnicerías que se estaban produciendo en nombre de la izquierda, era inmediatamente masacrado por los tribunos de la plebe. Tachados de fascistas, de agentes de la CIA, de criptonazis o de delincuentes comunes, hubieron de soportar casi indefensos los embustes de los ganapanes. Luego los calumniadores se tomaban unas vacaciones en Rumania y regresaban entusiasmados con Ceacescu. En las hemerotecas constan nuestros turistas entusiastas. Lo mismo, en Cuba. Fueron muchos.

La deshonestidad no afectó tan sólo a los crímenes estalinistas, maoístas o castristas. En un capítulo emocionante explica Judt las dificultades que tuvo Primo Levi para que la izquierda italiana tomara en consideración sus libros sobre Auschwitz, comenzando por el arrogante Einaudi. Y cómo hasta los años sesenta, más de veinte años después de escritos sus primeros testimonios sobre el Holocausto, no comenzaron a horrorizarse los izquierdistas. ¡Veinte años en la inopia, la progresía!

La impotencia de tres generaciones de izquierdoides para defender la verdad se acompañó del triunfo de los héroes de la mentira, desde el Sartre envilecido de los últimos años, hasta el chiflado Althusser cuyos delirios devorábamos los monaguillos de la revolución maoísta. Todavía hoy un valedor de la dictadura como Badiou fascina a los periodistas con un libro sobre "el amor romántico", cuando es el sentimentalismo tipo Disney justamente lo propio del kitsch estalinista y nazi, su producto supremo. Sigue siendo uno de los más dañinos errores de la izquierda no aceptar que entre un nazi negacionista y un estalinista actual no hay diferencia moral, por mucho que el segundo pertenezca al círculo de la tradición cristiana (y haya tanto sacristán comunista) y el primero al de la pagana (y por eso ahí abunda el fanático de la Madre Patria).

Ya es un tópico irritante ese quejido sobre el galimatías de la izquierda, su falta de ideas, su desconcierto. ¿Cómo no va a estar desnortada, o aún mejor, pasmada, si todavía es incapaz de admitir honestamente su propia historia? ¿Si sólo entiende la memoria histórica en forma de publicidad comercial sobre la grandeza moral de sus actuales jefes? Aún hay gente que dice amar la dictadura cubana "por progresismo" y el actual presidente del gobierno (uno de los más frívolos que ha ocupado el cargo) se ufana de ello. ¿Saben acaso el daño que producen en quienes todavía ponen ilusión, quizás equivocada, pero idealista, en la palabra "izquierda"? ¿Y cómo puede un partido que alardea de progresista pactar hasta fundirse con castas tan obviamente reaccionarias como las que defienden el soberanismo de los ricos? Dentro de un lustro no quedará nadie por debajo de los sesenta años que se crea una sola palabra de un socialismo fundado sobre tamaña deshonestidad.

No es que la izquierda ande desnortada o carente de ideas, es que no existe. Su lugar, el hueco dejado por el difunto, ha sido ocupado por una empresa que compró el logo a bajo precio y ahora vende que para ser de izquierdas basta con decir pestes del PP. ¡Notable abnegación la de estos héroes del progreso! ¡Cómo arriesgan su patrimonio! ¡Qué ejemplo para los jóvenes aplastados por la partitocracia farisaica! El resultado, como se vio en Francia, es el descrédito de los barones, marqueses y princesas del socialismo. Su inevitable expulsión del poder. Y la destructiva ausencia de ideas en un país que ya soporta el analfabetismo funcional mayor de Europa. Una herencia que enlaza con la eterna tradición española de sumisión al poder llevada con gesto chulo por los sirvientes. Esta vez bajo el disfraz del progreso.

Y mira que sería sencillo que la izquierda recuperara su capacidad para armar las conciencias, inspirar entusiasmo y ofrecer esperanza en una vida más digna que su actual caricatura. Bastaría con decir la verdad y enfrentarse a las consecuencias. ¡Ah, pero son relativistas culturales! Y por lo tanto para ellos la verdad es un efecto mediático.

Félix de Azúa

Artículo publicado el sábado 20 de febrero de 2010.

jueves, 25 de febrero de 2010

CLUB DE LECTORES NOBEL


El dia 23 de Febrero ha tenido lugar el primer encuentro de lectores en la Libreria ESPACIO LECTOR NOBEL a las 17:30 en la Sala de la libreria, en la Calle del Mar, 49, de Vera. Se trata de la Tertulia Literaria "Pinsapo" que ha reunido a 17 empedernidos lectores para hablar de algo mas que libros...

Pinsapo


La sierra de Grazalema, en Cádiz, conserva un tipo único de abeto, el pinsapo, superviviente de los primitivos bosques de coníferas extendidos por el Mediterráneo durante el cuaternario, hace unos 20 millones de años. El pinsapo perdura en una húmeda y sombría cara norte de la sierra del Pinar, entre las localidades de Grazalema y El Bosque, un entorno altamente protegido pero accesible al público. Su presencia es el principal atractivo del entorno de Grazalema, un espacio de climatología única por su emplazamiento cercano al mar y, al mismo tiempo, encerrado entre cordilleras montañosas que hace que éste sea el lugar de mayor pluviosidad de toda la península.

martes, 23 de febrero de 2010

¿habrá cuarto libro?

La viuda que surgió del frío. Fuente: mailonline
Levanten la mano los que ya se aburrieron de Eva Gabrielsson, la viuda de Stig Larsson. ¡Bien! Ya somos varios. La verdad es que estoy a punto de darles la razón a los huraños hermanos de Stieg. Esa mujer es una figuretti. En fin, las viudas, ya se sabe... lo interesante en todo caso es la pregunta de la revista Ñ: ¿Habrá cuarto libro?

La disputa entre Gabrielsson y los herederos de Larsson (su padre
y su hermano)
incluyó reclamos por una computadora portátil del escritor,
que guarda ella. "De
pronto a ellos se les ocurrió que querían los
documentos con las investigaciones
para la novela, ¡pero lo investigación no
existe! También querían el tan
comentado 'cuarto libro´, que según ellos
estaba terminado y, también según
ellos, incluso había leído el padre".
Pero, ¿existe tal cosa? "Tiene doscientas
páginas y nunca ha sido impreso:
ya comprobé eso". Mientras ella tenga en su
poder ese primer borrador,
asegura que nunca serán publicados.

fuente: moleskine.blogspot

sábado, 20 de febrero de 2010

UNA BALSA DE PIEDRA CAMINO DE HAITI

Mis palabras son de agradecimiento. La Fundación José Saramago tuvo una idea, loable por definición, pero que podría haber entrado en la historia como una buena intención, una más de las muchas con que, dicen, está pavimentado el camino del infierno. La idea era editar un libro. Como se ve, nada original, por lo menos en principio, que libros no nos faltan. La diferencia estriba en que el producto de la venta de éste se va a destinar a las victimas sobreviviente del terremoto de Haití. Cuantificar tal ayuda, por ejemplo, en la renuncia del autor a sus derechos y en una reducción del lucro normal de la editorial, tendría el grave inconveniente de convertir en mero gesto simbólico lo que debería ser, en la medida de lo posible, algo provechoso y sustancial. Ha sido posible. Gracias a la inmediata y generosa colaboración de las editoriales Caminho y Alfaguara y de las entidades que participan en la elaboración y difusión de un libro, desde la fábrica de papel a la tipografía, desde el distribuidor al comercio librero, los 15 euros que el comprador gastará serán entregados íntegramente a la Cruz Roja para que los haga llegar a su destino. Si alcanzáramos un millón de ejemplares (el sueño es libre) serían 15 millones de euros de ayuda. Para la calamidad que ha caído sobre Haití 15 millones de euros no es nada más que una gota de agua, pero como La balsa de piedra (éste es el libro elegido) será publicada, además de en Portugal, en España y en el mundo hispánico de América Latina, ¿quién sabe lo que podrá suceder? A todos los que nos acompañan en la concretización de la idea primera, haciéndola más rica y efectiva, nuestra gratitud, nuestro reconocimiento para siempre.
José Saramago

martes, 16 de febrero de 2010

...el olor de los libros


Cuando defiendes la postura de que a los libros hechos de árboles muertos les quedan pocos años de vida, hay quien defiende la tesis contraria con un discurso recurrente. Entre otros argumentos típicos es muy común el de “…pero el olor característico de los libros es genial, eso no puede desaparecer”.
Pues mira que es fácil solucionar ese pequeño inconveniente, sólo necesitamos rociar nuestro e-book o libro electrónico con un poco de perfume Smell of Books (olor a libros).
Se trata de un aerosol que se presenta en versiones con cinco aromas distintos:- Típico Olor Mohoso (ese que hace estornudar)- Olor a Bacon Crujiente (¿hay libros que huelen a bacon?)- Eau Tú Tienes Gatos (basado en el aroma de 20.000 libros de segunda mano)- Olor a Libro Nuevo (vamos, un cóctel de olor a papel, tinta y pegamento)- Aroma de sensibilidad (ni idea del sentido de este, oigan)
Sí, es un fake, pero todos coincideremos en que debe ser sumamente sencillo producir y comercializar algo así ¿verdad?

domingo, 14 de febrero de 2010

El olor de los libros

“El sabor está en los oídos del que contempla.”
Donald McNeil Jr.



En abril de 2009 la web Smell of Books presentaba los primeros sprays de aromas para libros electrónicos. Su idea era potenciar las capacidades sensoriales de estos dispositivos y animar a los nostálgicos del olor a papel y tinta a abrazar las nuevas tecnologías.
El anuncio suscitó enseguida las protestas de The Authors Guild, una gestora de derechos intelectuales que exigió la retirada del producto al ver en él una amenaza para los futuros derechos de aroma de aquellos autores que quisieran integrar el olor como parte creativa de su obra, algo que sin duda la tecnología iba a permitir en breve.
Todo fue una broma de los divertidos DuroSport Electronics, pero tuvo una gran repercusión en internet porque aludía a un debate abierto entre los defensores del libro tradicional y los del libro electrónico, discusión en la que, antes o después, siempre se acababa hablando del olor.
Cuando el hombre se puso de pie, el olfato inició su decadencia hasta convertirse en el sentido segundón que es en la actualidad. Denostado por filósofos, ignorado por artistas, su carácter directo, terrenal, poco fino, hasta grosero, más bien relacionado con lo evitable que con lo placentero -sí, ya sabemos que Napoleón escribió a Josefina aquello de llegaré a Paris mañana por la noche, no te laves, pero eso es otra historia-, excesivamente subjetivo, ha hecho incluso que no exista vocabulario específico para definir con precisión los olores ni el acto de oler. Es quizás ese estatus de gran desconocido el que está fomentando una tendencia a restituir al olfato su prestigio perdido. En nuestros días disciplinas como la aromaterapia o el marketing olfativo le están devolviendo un cierto marchamo de sentido influyente. En esa línea, los más refinados defensores del libro de papel lo esgrimen, cual magdalena de Proust, como la llave de todas las evocaciones.
A mí, que soy un esnifador confeso de libros, lo del olor me parece sólo la punta del iceberg de un fetichismo mucho más complejo. Admitámoslo, todo bibliófilo es un bibliómano. Más que lectores, acabamos siendo coleccionistas. Compramos muchos libros por el mero hecho de atesorarlos, conscientes de que quizás no los leeremos nunca, pero sabiendo que son parte estructural de la extraña arquitectura de nuestra felicidad.
Poseer el libro, recordar que lo tenemos, disfrutar buscándolo en el paisaje cambiante de nuestra biblioteca, hallarlo al fin. Luego palparlo brevemente, olfatearlo, una ojeada cómplice, quizás leer unos párrafos, y enseguida devolverlo al estricto orden lineal o a la estudiada dejadez de los montones. Ése es uno de los rituales del poseído.
El aroma de un libro nuevo lo aportan el papel, la tinta y la proporción en que ambos se combinan. En esta genética del olor, el papel proporciona la información dominante, pero la tinta, con su disposición, obra el milagro de la personalidad. Tipografías, espacios, interlineados y sangrías son los que, al precisar la exacta relación entre las áreas, otorgan los matices últimos de cada fragancia. No es fácil el equilibrio. Así, un abismo se abre entre la tristeza lacónica de un libro de poesía, generoso de poro y breve de tinta, y la exaltación química del cuché anegado de imágenes y texto.
Yo, como los perros, utilizo el olfato para mi primer contacto íntimo con los libros. Procuro que sea en privado. Los abro hacia la mitad, como una breva en sazón, las yemas de los dedos bajo las cubiertas. Penetro entonces con la nariz hasta el fondo del ángulo y aspiro despacio mientras el papel acaricia mis mejillas. Luego, ya en la agradable rutina de la convivencia diaria, disfruto plácidamente de su aroma de crucero, el que me conceden mientras los leo, discreto y sutil, a veces imperceptible, listo para combinarse con los vericuetos de la mente y lo que me rodea. Como soy propenso a hacer marcas y anotaciones en sus páginas, me gusta usar para ello buenos lápices de grafito y madera de cedro, blandos -2B en adelante­­- y bien lacados. Son perfectos para oler y chupetear durante la lectura. Su aroma combina prodigiosamente con el del papel fresco. Además, sirven como marcapáginas.
Los libros, como los árboles, cuando se agrupan desarrollan capacidades que no poseen por separado. Ocurre en bibliotecas y librerías. Desde un punto de vista olfativo, prefiero las segundas. Una buena librería de nuevo, a primera hora de la mañana, recién abierta, sin apenas público, es un festín aromático para el adicto. Disfruto entonces recorriéndolas a la deriva. A veces ocurre que, en un determinado punto, una conjunción fortuita de editoriales, formatos y colocación, genera una fragancia única e irrepetible que no tardo en añorar.
Entre las editoriales establecidas, me gusta especialmente el aroma de Anagrama -recuerdo con emoción la primera vez que olí 2666- y el de Tusquets. Casi todos sus títulos han sido impresos por Liberdúplex y Limpergraf. También me parecen irreprochables los olores de Acantilado y Libros del Asteroide. Debería ser más frecuente que los libros nos desvelaran en sus créditos la referencia exacta del papel con el que están construidos, como hace el MACBA en sus exquisitas publicaciones con papel Fredigoni.


En el extremo opuesto, el desagradable aroma de algunos libros de arte impresos en China. Es el caso de la edición española de 2008 de El espejo del mundo, de Julian Bell, un texto sumamente interesante cuya lectura queda lastrada por un incómodo olor a alquitrán y gasoil, probablemente debido a los aditivos del papel cuché.
Los libros usados pertenecen a otro mundo. Junto a su fragancia original, acaban almacenando entre sus poros los olores que les rodean. De los espacios, de los lectores y sus actos, de sus viajes, de sus conquistas y miserias, de los otros libros. No todos envejecen igual ni su aroma evoluciona de la misma manera. Así como un libro nuevo huele objetivamente a libro nuevo, el aroma de un libro usado, mucho más complejo, sólo es posible descifrarlo con los mecanismos de la memoria y la imaginación. El olfato es un sentido propenso a las evocaciones. Por eso el bibliómano de viejo, cada vez que acoge en su hogar un libro repudiado, juega a evocar su historia y descubrir, a través del olor y el deterioro, las huellas de anteriores vidas.
En 1998 un magnífico editor del sector educativo me propuso un trabajo envidiable: repensar desde cero el libro como objeto para el aprendizaje. Sin normas ni condicionantes, tabula rasa. Después de meses de experimentación y propuestas -les ahorro los detalles- llegamos a algunas folies curiosas, pero sobre todo a un par de conclusiones. La primera, que el libro era un mecanismo de una perfección insuperable y por eso su arquitectura ha permanecido inalterada desde la invención del códice, hace veinte siglos. Otra, que la única vía por la que sería posible algún replanteamiento más profundo vendría de mano de la informática y las nuevas tecnologías.
Un reproductor de textos digitales no es un libro. Por mucho que nos empeñemos y que el diccionario lo permita, llamarles libros electrónicos es una comodidad perezosa y simplona a la que la tecnología suele recurrir cuando se trata de bautizar hallazgos. En todo caso, si se buscaba una analogía fácil, hubiera sido más adecuado, en mi opinión, bibliotecas electrónicas portátiles.
Conceptualmente, estos dispositivos no suponen ninguna novedad. Son netbooks castrados y optimizados para leer textos. Son la enésima variante del reproductor digital. Además, ya llevamos muchos años pudiendo leer archivos pdf en nuestros dispositivos móviles. Así que su notoriedad reciente responde, más que a su pretendido carácter innovador, a la creciente disponibilidad de títulos y su posible repercusión en el futuro del libro de papel.
Lo digital, por sí sólo, no huele a nada. Los ceros y unos son inodoros, y la exigua materia que los incorpora necesita estar muy sobrecalentada para emitir algo parecido a un aroma. En la mayoría de los casos no suele ser tal, sino más bien una extraña complicidad sinestésica con la vista, sobrepasada por la erótica del gadget.
Si la bibliomanía tiene que ver con el coleccionismo, la adicción a los gadgets responde a la obsesión por lo portátil, la conectividad y el acceso. Desde un punto de vista estrictamente pragmático, la posibilidad de acceder a textos de una forma ubicua, ilimitada y permanente, anularía la necesidad de poseerlos. Sin embargo, en cuestiones de disfrute, lo complementario funciona mejor que lo excluyente, y por eso son multitud quienes comparten ambas adicciones con igual deleite. La polémica entre libros de papel y libros electrónicos no tiene ningún sentido para el usuario. Hoy gozamos de un concepto casi ilimitado de lo posible. No se trata de excluir sino de sumar. Entiendo que el tema preocupe a los libreros pero, para el lector, es un debate tan estéril como la disyuntiva entre el brandy y la aspirina.
Emilio López-Galiacho
publicado en Fronterad

SALA EXPOSICIONES




EN PREPARACIÓN:



Gran exposición de instrumentos náuticos.

La navegación instrumental desde el s.XVII hasta el s.XXI.

Técnicas cristianas y berberiscas en el Mediterráneo.




CONCURSOS

inauguracion de la Libreria



Calle del Mar, donde según Ezequiel Navarrete aún se ve el mar...




29 de Enero de 2010. Carmen Lorenzo une Internet y dioses en 'El descanso de los justos'
El Ideal

29/1/2010. Vera acoge la presentacion de una una novela de Carmen Lorenzo
Se llevará a cabo el próximo viernes en la Librería Lector Espacio Nobel
. El Almeria